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Sacro Dios incomprensible, criador del cielo y tierra, |
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gran supremo de los reyes, en quien todo bien se encierra. |
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Y los hombres ostinados en la avaricia y soberbia (sic) |
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quebrantan los mandamientos de nuestra madre la Iglesia. |
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Y dicen que descendió Cristo del cielo a la tierra |
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y nació de madre virgen quedando infanta azucena. |
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Haced, mi Dios poderoso, por vuestra seria clemencia, |
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amparado de la gracia pueda conseguir mi idea |
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de explicar a mi auditorio, atención, que ya comienza. |
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En el famoso obispado de la ilustre Cartagena, |
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hay un pequeño lugar que llaman Aldeanueva. |
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El párroco de este pueblo, con don Manuel de la Ceda, |
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noble anciano venerable, cerboroso en tal manera (sic) |
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que grandes necesidades socorría con su hacienda, |
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dando posada a los pobres. Mas una maldita hembra |
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que por criada tenía, la cual llamada Teresa, |
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a todos les ultrajaba con palabras desatentas. |
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Y el amo dice: --Teresa, |
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ama a Dios, debes al pobre tratarle con reverencia, |
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que la que al pobre ofendiere castigo grande la espera.-- |
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Ella respondió: --Señor, no meta usted tanta harenga; |
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me espanto que su merced de vagabundos se crea. |
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Esos que piden limosna son gente muy lisonjera, |
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y a mí me lleve el demonio si yo de ellos me creyera.-- |
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Llegó Cristo en este traje del sacerdote a la puerta |
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a pedir una limosna. --¡Oh, qué fea es la pobreza!; |
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hasta el mismo Dios la ame, así nadie la aborrezca. |
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Quiso, con traje de pobre, dar a entender su grandeza. |
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El párroco venerable sacó de su faldriquera |
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un realito y le besó con humilde reverencia. |
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--Tenga, hermano,-- dijo a Cristo. Mas la Magestad suprema |
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respondió: --Un poco de pan estimara que me diera.-- |
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Dijo el sacerdote: --Sí, con voluntad fina y buena |
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te lo daré, hermano mío. --Dale limosna, Teresa. |
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No detengas a este pobre, que yo me voy a la iglesia.-- |
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Mas la maldita criada respondió con aspereza: |
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--¿Que un realito no es limosna?, ¿le dan más allá en su tierra?-- |
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Y Cristo dijo: --Teresa, |
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das algo de tu salario, mira por si no te pierdas. |
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--Pareces, pobre, soberbio sólo por esa respuesta, |
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no has de llevar un bocado de pan.-- Y cerró la puerta. |
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Quedóse Cristo en la calle, ¡oh, soberana grandeza!, |
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de Dios todopoderoso qué temeridad es ésa; |
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una mujer despechada desprecia así su grandeza. |
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Con pasos muy amorosos camina Cristo a la iglesia |
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donde estaba el sacerdote esperando a que viniera |
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algún hombre para que le asista con reverencia |
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al divino sacrificio, al punto que Cristo llega. |
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--Venga, hermano, --dijo a Cristo-- que los hombres de esta tierra |
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siendo día de trabajo pocos vienen a la iglesia, |
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adoran al sacrificio y se salen con presteza.-- |
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El sacerdote y al pobre le puso a su mano diestra. |
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--Venga, hermano, que es mi gusto que coma usted a mi mesa.-- |
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A lo cual dio por respuesta |
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el Redentor de las almas: --Mucho estimo la firmeza, |
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que yo por tal interés no hiciera la diligencia.-- |
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En fin, llegaron a casa y luego a comer se prestan. |
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Dijo entonces la criada: --No saldremos de quimeras.- |
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Y el amo dijo: --Teresa, |
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no te muestres tan altiva, presta un poco de paciencia. |
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--Digo la verdad, señor, el pobre en una cazuela |
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comer puede en un rincón.-- Con esto se salió fuera |
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para entrarles la comida. --Dígame, hermano, ¿en su tierra |
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están fértiles los campos?, ¿acaso hay buena cosa hecha? |
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--En este año que estamos esperanzas no lo pierda. |
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Que Dios ha de enviar agua en abril, es cosa cierta; |
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y también el mes de mayo por el principio se espera. |
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--Hermano, hermano, eso para Dios se queda, |
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que los hombres no podemos penetrar tan alta idea. |
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--Es tan cierto y tan seguro -dijo Dios- como Teresa, |
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vuestra criada, se halla dentro de aquel cuarto en tierra, |
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y tres horribles demonios, de gatos en la apariencia, |
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la comen el corazón, las entrañas y la lengua.-- |
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El santo ministro, entonces, atemorizado queda, |
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casi sin vital aliento, pero recobrando fuerza, |
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dice: --De parte de Dios, o de parte de obediencia, |
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me habéis de decir ahora la causa de esta doncella.-- |
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Dice el uno: "A mí me toca el mito de la paciencia ." |
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Dice el otro: "Soy la envidia, que es mía la dependencia." |
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Dice el otro: "Soy la injuria, que toda maldita lengua |
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maldiciente, inflamadora, castigo de esta manera".(sic) |