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¡Río Verde, Río Verde! ¡cuánto cuerpo ti se baña |
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de cristianos y de moros muertos por la dura espada! |
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Y tus ondas cristalinas de roja sangre se esmaltan, |
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entre moros y cristianos se trabó muy gran batalla. |
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Murieron duques y condes, grandes señores de salva, |
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murió gente de valía de la nobleza de España. |
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En ti murió don Alonso, que de Aguilar se llamaba; |
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el valeroso Urdiales con don Alonso acababa. |
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Por una ladera arriba el buen Sayavedra marcha: |
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natural es de Sevilla, de la gente más granada; |
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tras dél iba un renegado; de esta manera le habla: |
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--Date, date Sayavedra, no huigas de la batalla; |
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yo te conozco muy bien; gran tiempo estuve en tu casa, |
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y en la plaza de Sevilla bien te vide jugar cañas; |
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conozco tu padre y madre y a tu mujer doña Clara. |
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Siete años fui tu cautivo; malamente me tratabas, |
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y ahora lo serás mío, si Mahoma me ayudara, |
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y tan bien te trataré como tú a mí me tratabas.-- |
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Sayavedra, que lo oyera, al moro volvió la cara. |
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Tiróle el moro una flecha, pero nunca le acertara; |
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mas hirióle Sayavedra de una herida muy mala. |
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Muerto cayó el renegado, sin poder hablar palabra. |
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Sayavedra fue cercado de mucha mora canalla, |
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y al cabo quedó allí muerto de una muy mala lanzada. |
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Don Alonso en este tiempo bravamente peleaba; |
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el caballo le habían muerto, y lo tiene por muralla; |
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mas cargan tantos de moros, que mal lo hieren y tratan; |
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de la sangre que perdia, don Alonso se desmaya: |
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al fin, al fin, cayó muerto al pie de una peña alta. |
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Tambien el conde de Ureña, mal herido, se escapaba, |
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guiábalo un adalid, que sabe bien las entradas. |
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Muchos salen tras el conde, que le siguen las pisadas: |
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muerto quedó don Alonso eterna fama ganara. |