Alejandro y la Ruta de la Seda

Alejandro de Macedonia recibió una rica y variada herencia de su padre, Filipo. Quizá lo más valioso de todo fue el ejército, que Filipo había formado para lograr la creación de un estado expansivo que abarcaba del Adriático al mar Negro, y de los Balcanes a toda la península helénica. Igual de valioso para la carrera de Alejandro fue el plan de su padre de enviar este ejército a luchar contra los persas; el esfuerzo ya estaba en marcha cuando Filipo murió, en el año 336 aC. A los dos años de la muerte de su padre, Alejandro y una fuerza de 30.000 soldados de infantería y 5.000 de caballería cruzaron el estrecho de los Dardanelos hacia Anatolia, presuntamente como represalia por el intento de los persas de incorporar Grecia dentro de su imperio a principios del siglo V aC.

El triunfo macedonio se produjo a una velocidad relámpago y fue contundente. Hacia el 322 a.C el rey persa ofreció entregar todo el territorio persa que se extendía al oeste del Éufrates. Cuando Alejandro consideró la oferta con su consejo de generales, un oficial veterano llamado Parmenio aconsejó, “Si yo fuera Alejandro, aceptaría los términos”. Se dice que Alejandro respondió, “Si yo fuera Parmenio, es lo que haría. Pero soy Alejandro, así que responderé de otra forma.” Esta respuesta fue presionar más hacia el este. Los macedonios vencieron a los persas en el norte de Mesopotamia, y entonces, sin batalla, recibieron Babilonia de manos del sátrapa persa. Entonces, Alejandro consiguió el dominio de Susa y Persépolis, donde se hizo con el trono de los reyes persas, convirtiéndose así en Gran Rey en el año 330 aC.

Pero no se detuvo aquí. Cruzó la frontera noreste del Imperio Persa y se introdujo en el actual Afganistán, el Beluchistán y Samarcanda. Incluso el triunfo sobre estos territorios fue insuficiente para Alejandro; los macedonios continuaron su marcha, algunos atravesando el paso de Khyber, y el resto a través de la región montañosa que se extiende al norte del valle del Indo, hasta reagruparse al oeste de la India. Después de su victoria ante las tropas indias Maurya, dotadas con sus aterradores cuerpos de elefantes, Alejandro animó a sus macedonios a viajar aún más al este en busca de mayores retos y maravillas. Cuando éstos se negaron, Alejandro se vio forzado a regresar a Babilonia.

Los hombres de Alejandro quedaron asombrados ante el esplendor de Babilonia, y en India descubrieron que “aquéllos que traen productos desde la India hasta nuestro país adquieren estas joyas a buen precio y las exportan, y todos los griegos en la antigüedad y los romanos ahora, que son ricos y prósperos, ansían comprar la perla del mar”. (Indica VIII.8.9). Que la riqueza de la India era ya conocida nos lo indica la exploración de las rutas comerciales hacia este territorio llevada a cabo dos siglos antes por iniciativa del rey persa Darío I. Alejandro equipó una flota para que trasladara algunas de sus tropas desde la desembocadura del río Indo hasta el Golfo Pérsico con la intención de comprobar la viabilidad de navegar de Mesopotamia a la India.

Además de experimentar y apreciar los frutos de la Ruta de la Seda, Alejandro ayudó a trazar su futuro mediante su política de establecer asentamientos en las regiones que los macedonios habían conquistado. Los asentamientos situados en las regiones más orientales donde llegaron sus conquistas perduraron al convertirse en reinos indo-griegos en la Bactria y el norte de la India. Inicialmente vinculados con el imperio occidental, su cultura era esencialmente griega. Durante los dos siglos siguientes fueron aislándose progresivamente del oeste, y los elementos orientales pasaron a dominar cada vez más. Pero la diosa griega Atenea decoraba las monedas de uno de estos reyes, Menandro, que gobernó a mediados del siglo II a.C, a pesar de que Menandro se había convertido al Budismo. Incluso en sus orígenes, la Ruta de la Seda promovió el intercambio cultural, no sólo de productos.

- Carol G. Thomas

Traducción de Alexandra Prats, revisada por Dolors Folch