Pese a ser uno de los muchos productos que se comerciaban, la seda es, quizá, el que mejor caracteriza la historia de los intercambios económicos y culturales a través de Eurasia a lo largo de la Ruta de la “Seda”. El valor otorgado a la seda le daba un particular atractivo como símbolo político y religioso, era ampliamente aceptada como moneda y servía como medio para el intercambio artístico. La compleja historia de la seda está bien documentada, pero es también poco conocida.
Cuando hablamos de seda, en primera instancia nos referimos a aquélla producida en China, donde en algún momento, probablemente en el cuarto milenio aC, los chinos aprendieron el secreto de desenmarañar el fino y redondeado filamento de los capullos hilados por un gusano (Bombyx mori) que se alimentaba de hojas de morera. Hay otras especies de gusanos de seda (por ejemplo, unos nativos de la India), que producen un filamento alrededor del capullo en forma de cortas fibras. Pero es del hilo continuo, segregado por el gusano de la morera, de donde se obtienen las mejores piezas. La seda es casi milagrosa por su resistencia, ligereza y capacidad aislante. Proporciona un medio para escribir y reproducir imágenes visuales; es probable que el conocimiento del proceso de la seda llevara a descubrir cómo hacer papel a partir de las fibras de las plantas, otra invención china. Los ejemplos más antiguos de seda conservados en enterramientos chinos están decorados con “símbolos de buen augurio” sugiriendo que el tejido tenía significados religiosos que conectaban a los humanos con el mundo natural y sobrenatural.
Los descubrimientos en tumbas indican que, de alguna forma, la seda china habría llegado al mundo Mediterráneo hacia el año 1000 a.C. Las rutas de transmisión presumiblemente fueron las mismas que se desarrollaron de forma más extensa durante los siglos posteriores, atravesando el corazón de Asia o vía el comercio marítimo a través del Sureste asiático y el Océano Índico. En la mayoría de historias, sin embargo, el inicio real de la Ruta de la Seda se fecha a partir del establecimiento del imperio nómada de los Xiongnu (hunos) en la frontera norte de China hacia el 200 aC; y del desarrollo de una relación entre los Xiongnu y el Imperio Han, por el que grandes cantidades de seda fueron enviadas a los nómadas para comprar la paz en las fronteras y asegurar el suministro de caballos y camellos para el ejército chino. Esta transmisión de seda hacia Asia Interior estableció el modelo para los siglos siguientes: los nómadas recibían tanto finas prendas, bordados o tejidos con diseños chinos, como hilos de seda en bruto y telas sin el acabado.
El aprecio de los Xiongnu por la seda es del todo evidente en las tumbas reales de Noin-Ula en Mongolia, fechadas hacia los siglos II y I aC. Las prendas descubiertas incluyen géneros de lana y seda bordados o decorados con apliques de seda. Es de especial interés el que algunos de los bordados representen rostros de personas con rasgos “occidentales”, sugiriendo la posibilidad que incluso en estos primeros momentos de la historia de la Ruta de la Seda, tejedores del lejano oeste fuesen empleados por los Xiongnu para procesar los “materiales en bruto” importados de China. Este esquema de intercambio de artesanos implicados en el proceso de la seda se repite en toda la historia de la Ruta de la Seda. No podemos asegurar quiénes eran estos “occidentales” representados en el bordado de Noin-Ula, pero hay evidencias arqueológicas significativas, incluso desde algunos siglos atrás, que documentan la presencia en Asia Interior de personas con rasgos “indoeuropeos” y que dan fe también las interacciones entre el Imperio Aqueménida persa y las gentes de las estepas del sur de Siberia y Mongolia.
La cantidad de seda china enviada regularmente a los nómadas a lo largo de los siglos fue considerable, a menudo decenas de millares de paquetes de seda fluían anualmente. Probablemente se llegó al apogeo de este intercambio durante la dinastía Tang en el siglo VIII y principios del IX, cuando una séptima parte de los ingresos anuales del gobierno procedentes de los impuestos pagados en seda se destinaban a obtener caballos para el ejército imperial. La seda fue importante para los nómadas que tomaron gusto al lujo que ésta proporcionaba. El proceso de construir y mantener una confederación nómada formada por numerosas tribus de la estepa dependió en parte de la habilidad de los soberanos nómadas para distribuir de forma regular entre sus aliados las lujosas sedas. Parece bastante claro que las grandes cantidades de seda enviadas a los nómadas excedían ampliamente sus necesidades. El excedente tuvo que proporcionar uno de los medios de que disponían los nómadas para adquirir otros bienes que ellos compraban a cambio de la seda que se enviaba a occidente. Por tanto, no es coincidencia que las fuentes romanas del siglo I aC empiecen a indicar un flujo considerable de seda hacia el Imperio romano, más o menos un siglo después de que se iniciaran los acuerdos por los que los Han suministraban anualmente seda a los Xiongnu. Hacia el siglo I dC, los moralistas romanos se quejaban de que el gusto por el lujo (y por otros lujos importados del este, como las especies) estaba llevando a la bancarrota al imperio.
Otro factor en la demanda de seda china fue la expansión del Budismo. Desde sus inicios en el norte de la India hacia el 500 aC, el Budismo se expandió hacia el sur, el centro y el este de Asia. De especial interés para la historia de la Ruta de la Seda son los itinerarios que llevaron esta fe hacia lo que hoy es el norte de Pakistán, Afganistán, las valles de los ríos de Asia Central y las ciudades oasis que rodean el desierto del Taklamakan en Xinjiang. Las comunidades budistas en estas regiones eran de un tamaño considerable: viajeros como los monjes Faxian y Xuanzang, a mediados del primer milenio d.C., informan de la existencia de miles de monjes en algunas de las ciudades oasis. Algunos estudiosos llegan a hablar de la “conquista” budista de China, donde los seguidores de esta fe pudieron llegar a ser millones. La seda ocupaba un lugar importante en los rituales budistas. Las estupas (relicarios) eran cubiertas con seda y los fieles a menudo encargaban como donaciones estandartes de seda pintados. Podemos ver ejemplos de estos estandartes en las pinturas y esculturas de las cuevas de Yungang y Dunhuang, y muchos de ellos se han conservado en la famosa Cueva-biblioteca de los templos de Mogao cerca de Dunhuang.
La donación de grandes cantidades de seda garantizaba que las oraciones necesarias para asegurar el renacimiento en unas condiciones favorables continuarían siendo recitadas después de la muerte de esos donantes. Las tumbas excavadas a lo largo de la ruta norte (por ejemplo en la región de Turfan) contienen listas de objetos que presumiblemente servirían para acompañar al difunto. Sin embargo, la gran cantidad de seda que se cita representar simbólicamente (y en cierto grado de forma real) las donaciones. Existía la creencia de que el hilo de seda proporcionaba un enlace simbólico entre esta vida y el renacimiento en uno de los cielos budistas; las cargas simbólicas de los mingqi (figuras funerarias esculpidas) de camellos parecen incluir fardos de hilo. La imaginería budista, tanto de figuras sagradas como de seglares inmortalizados en las cuevas-templos de lugares como Dunhuang, Kizyl y Bezeklik a menudo preserva un preciso registro visual del diseño de las prendas de vestir. Aunque el argumento de Xinru Liu sobre las relaciones casuales entre la expansión del Budismo y el desarrollo del comercio de la Ruta de la Seda resulte algo forzado, no hay duda de que la demanda creciente de seda estuvo conectada con la difusión de esta fe.
Algunos han defendido que los chinos intentaron mantener la técnica de la producción de seda celosamente guardada en secreto. Una de las evidencias más llamativas de esto es una pequeña tabla pintada excavada por Aurel Stein en Dandan Oilik, en el desierto del Taklamakan, no lejos del importante centro de exportación de jade de Khotan. La pintura representa lo que Stein consideró que era la historia de la “princesa de la seda”, que pasó gusanos de seda fuera de China, escondiéndolos dentro de su peinado cuando fue enviada a casarse con un soberano local. La pintura está claramente conectada con la producción de seda, ya que muestra algunos de los utensilios usados; una de las figuras es una posible “diosa de la seda”, representada separadamente en otras de las pinturas encontradas por Stein en Dandan Oilik. Tanto si la historia de la princesa de la seda es cierta como si no, hay buenas razones para creer que la producción de seda empezó en Asia Central hacia el siglo II-III dC. La industria de la seda también se desarrolló en el Imperio Persa Sasánida, que fue fundado a principios del siglo III. Las piezas producidas por los Sasánidas y Sogdianos (los habitantes de las ciudades-estado mercantes en la región que rodea la actual Samarkanda) eran tejidos con diseños basados en diseños persas anteriores, del tipo que se emularía después en todo el trayecto desde España hasta China.
Hacia el sigloVI, se inició la producción de seda en el Imperio Bizantino. Según las fuentes bizantinas, los gusanos de seda habrían sido traídos de contrabando desde el Oriente Medio, probablemente por cristianos Nestorianos que los escondieron en sus personas. La producción y el comercio de seda en Bizancio y la Europa cristiana tuvo una estrecha conexión con la iglesia, análoga a la que encontramos en el mundo Budista. Los clérigos vestían ropajes de seda, que se usaba también para las telas de los altares y se preservaban en los tesoros de las iglesias. Es gracias a estas piezas que podemos saber cómo era la seda producida en las regiones del Oriente Medio, donde las condiciones climáticas no han favorecido la conservación de piezas. En Bizancio, como en China, la producción de seda estuvo estrictamente regulada por decretos gubernamentales. Las leyes suntuarias (es decir, aquéllas que determinaban qué tenían permitido vestir las personas según su estatus) fueron importantes para el mantenimiento de las elaboradas jerarquías de estas cortes imperiales. En el caso de Bizancio, la regulación no se refería a la seda en sí misma sino más bien a la seda teñida de “púrpura real”. El color y/o el diseño fueron una parte del estatus simbólico que proporcionaba el vestir sedas.
La posterior difusión de la manufactura y consumo de seda desde Oriente Medio hacia Occidente está relacionada con el ascenso del Islam, que desde los primeros gobiernos musulmanes creó condiciones favorables para el desarrollo económico y el comercio internacional a gran escala. Los mercaderes musulmanes reemplazaron a los Sogdianos en las rutas de Asia Interior y establecieron grandes comunidades en las principales ciudades de China. La conquista musulmana de España llevó la manufactura de seda a la Península Ibérica en el siglo VIII. En el mundo mediterráneo, los mercaderes judíos jugaron un importante papel en el comercio de la seda procedente de países islámicos. La industria textil del Oriente Medio (Siria, por ejemplo, fue un importante centro) revivió y se expandió. Los soberanos islámicos en el norte de la India fueron probablemente responsables del establecimiento hacia el siglo XII de la producción de seda de morera que se sumaría a la existente industria de seda basada en los gusanos naturales de la región. Como Xinru Liu ha sugerido, en el mundo islámico el uso de la seda no estaba tan estrictamente restringido como en Bizancio o China. Vestir ropa de seda estaba ampliamente extendido entre la élite, sin tener en cuenta el rango. Lo que los gobernantes islámicos tendían a controlar, a través de lo que era conocido como sistema tiraz, eran los tejidos de seda con inscripciones arábicas con el nombre de los gobernantes decorando el borde de los tejidos.
Con tantos centros de producción de seda a lo largo de Eurasia a finales del primer milenio, se puede pensar que la demanda de seda producida en China habría desaparecido. Sabemos, sin embargo, que justo después de la conquista Mongol en el siglo XIII, los estados de la frontera nororiental de China continuaban recibiendo grandes cantidades de seda china, y al menos una parte de ésta tuvo que ser enviada a Occidente. De hecho, parece ser que la mayoría de los centros productores en Occidente no producían lo suficiente como para cubrir la demanda existente. Además, había siempre cuestiones de calidad, precio y estilo que debieron sostener la demanda del producto importado. El Imperio Mongol creó las mejores condiciones históricas para el comercio terrestre, tal y como nos informa el relato de Marco Polo. Los mercaderes italianos estuvieron involucrados en el comercio con China, y el desarrollo de una floreciente industria de seda en Italia fue, en parte, debido a la disponibilidad de seda china en bruto a buen precio. Bajo los Mongoles, la producción de seda en las provincias del norte de Irán, alrededor del mar Caspio, también se expandió. Las importaciones desde esta región hacia el mundo mediterráneo fueron preferidas a aquéllas venidas de China, que a menudo se estropeaban durante el largo trayecto en caravanas de camellos.
Las cortes mongolas desarrollaron un especial gusto por un tipo de seda bordada en oro conocida como nasij, cuyas técnicas de producción se originaron en el Oriente Medio. La fama de estas ropas “tártaras” se difundió tanto hacia el este como hacia el oeste. La invasión de Gengis Khan de Asia Central en 1219 parece que fue ocasionada por una disputa relacionada con el comercio. Uno de los productos que los mercaderes musulmanes llevaron a la corte mongol fue esta tela producida presumiblemente en Asia Central y Persia. Entre las actividades principales de los soberanos mongoles estaba la de reclutar artesanos de las áreas que conquistaban y, si no, animar o requerir expertos para que sirvieran en regiones alejadas de sus hogares. Según algunas fuentes, como el relato de Marco Polo, colonias de tejedores de Oriente Próximo se establecieron en el norte de China. Presumiblemente, sus técnicas de bordado se combinaron con las tradiciones chinas de manufactura de seda para producir así los tejidos más buscados del momento. Un esquema similar de reclutamiento ha sido documentado en el reino de Tamerlan, el sucesor de los Mongoles en Asia central a finales del siglo XIV, que pobló su capital Samarkanda con mercaderes y artesanos, incluyendo tejedores de Damasco.
Durante los siglos XVI y XVII, cuando el tradicional comercio terrestre empezó a decaer a causa de los desórdenes políticos en Asia Central, el foco de demanda europea de seda se dirigió hacia otros proveedores diferentes de China. Un ejemplo significativo de soporte estatal para la industria de la seda fue el de la Persia Safawí, especialmente en tiempos de su más famoso soberano, Shah Abbas I (1587-1629). Éste promocionó la industria de la seda, la gestión de la cual había estado durante tiempo en manos de los armenios cuyo centro comercial había sido desplazado por el Shah a un suburbio de su capital, Isfahan. Ingleses y holandeses competían en la corte del Shah a principios del siglo XVII por el control de las exportaciones de seda iraní. Mientras las hostilidades entre el Irán Safawí y el Imperio Otomano interrumpían a menudo el comercio de seda y forzaban a los europeos a buscar rutas alternativas (incluso por el norte, pasando por encima del río Volga y a través de la Rusia Moscovita), finalmente el acuerdo de paz entre los dos imperios aseguró que el comercio pudiera continuar a través de la histórica ruta terrestre hacia Aleppo y el Mediterráneo, así como a través de Anatolia hacia el importante puerto de Izmir (Esmirna). Los mismos otomanos desarrollaron una industria de la seda en el oeste de Anatolia alrededor de Bursa, que hasta nuestros días continúa siendo un importante centro productor de seda.
El refinamiento de los tejidos mecanizados en las industrias occidentales acabaría teniendo un impacto en las técnicas productivas de Oriente, ya que los telares mecánicos requerían que la seda en bruto tuviera ciertos requisitos de uniformidad y calidad. Una vez que los requerimientos de los importadores europeos pudieron de nuevo ser satisfechos por los productores chinos, las exportaciones chinas hacia Europa revivieron. Este proceso de adaptación por parte de los productores a las demandas de los importadores es análogo al que vemos en la industria de la porcelana china, cuando ésta empieza a producir formas y diseños que eran demandados por los mercados occidentales.
Dada la complejidad histórica de la producción y el comercio de la seda, no es de extrañar que determinar las direcciones de las “influencias” en el gusto artístico de la fabricación de sedas pueda ser bastante complicado. Un ejemplo es la ampliamente difundida representación de animales en medallones o redondeles, una práctica que probablemente tiene sus orígenes en la antigua Persia. Tejidos con estos diseños fueron producidos en Asia Central y Oriente Próximo durante las primeras décadas del primer milenio. Se hicieron populares en China, especialmente durante el período Tang, cuando habiía un interés substancial por las formas exóticas importadas de occidente. Algunos de los ejemplos más llamativos de tejidos con “diseños de Oriente Medio” se conservan en la famosa casa del tesoro imperial de Japón, el Shosoin. Tanto en China como en el lejano final occidental de la Ruta de la Seda, estos diseños fueron incorporados en las fábricas textiles locales y continuaron siendo producidos durante siglos. A menudo, los tejidos conservados en los tesoros de las catedrales occidentales contienen esta imaginería de leones, pavos reales y escenas de caza. Los hombres de la iglesia parecían preocuparse poco de que la seda importada incluyera también inscripciones árabes con invocaciones islámicas. La seda fue, pues, un medio para el intercambio cultural y artístico que trascendió barreras políticas y religiosas. Los tejedores se desplazaban libremente atravesando fronteras culturales, por lo que no podemos determinar con seguridad el origen de estas piezas de seda que encarnan el romanticismo y la historia de la Ruta de la Seda.
-- Daniel C. Waugh
-- Traducción de Alexandra Prats, revisada por Dolors Folch
Bibliografía: